sábado, 29 de febrero de 2020

LA LEYENDA DE LAS TRES FECHAS



Esta leyenda fue escrita por el sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, y se encuentra dentro de su libro “Rimas y Leyendas”. En este caso el protagonista es el mismo escritor.

Bécquer residía en Madrid, pero visitaba con frecuencia a su hermano el pintor Valeriano que vivía en Toledo, pues esta ciudad era una fuente de tranquilidad, sosiego e inspiración para despertar la musa del escritor.

En una de esas visitas a Toledo, mientras paseaba por la zona conventual de Toledo, observó tras las claras cortinas de un balcón como una dama le sonreía. Al levantar la mirada hacia el ventanal, la mujer se retiró, pudiendo apreciar unas manos blancas y una esbelta silueta que le atrapó. Durante esta estancia en la ciudad, pasó cada día por la misma calle, con la esperanza de volver a verla, pero ni las cortinas ni la silueta se hicieron presentes. Bécquer se marchó a Madrid, pero antes de partir escribió en su libro de notas la fecha en la que vio por primera vez a la misteriosa mujer. Ésta sería la “primera fecha”.

Meses después volvió el escritor a pasar una temporada a Toledo. Además de escribir, a Bécquer le gustaba dibujar en su cuaderno aquello que le parecía digno de ello. Estaba en la plaza de Santo Domingo El Real, esbozando la fachada del precioso convento que da nombre a la plaza, cuando por encima de su hombre vio como la misma mujer le saludaba desde el balcón de la fachada que tenía a sus espaldas. Al levantar la mirada, nuevamente la dama desapareció tras los cristales y sólo pudo observar durante breves momentos sus ojos y su joven rostro.

Bécquer se quedó intrigado con aquella coincidencia. Nuevamente, pasó diariamente por esta plaza, con la esperanza de poder ver a la dama, pero tuvo que partir a Madrid sin haber logrado su propósito. Antes de marcharse apuntó esta “segunda fecha”, en la que vio a la misteriosa dama.

Pasó el tiempo, y Bécquer volvió a Toledo. En uno de sus largos paseos, al acercarse a la plaza de Santo Domingo, escuchó cánticos salir del convento. En la puerta preguntó a un mendigo por lo que se estaba celebrando en el templo. El mendicante le informó que se estaba llevando a cabo el ritual para incorporar a una novicia al convento.

Gustavo se sentó en el último banco a seguir la ceremonia. Delante del altar, en el pasillo de la iglesia, había una joven mujer tumbada boca abajo y ataviada con un vestido blanco. La cortaron el largo pelo, la quitaron las joyas que llevaba, la cubrieron de pétalos de flores y la  vaporizaron con el dispensario de incienso perfumado.

Terminada la ceremonia la mujer se levantó y se dirigió hacia una puerta que conducía a la clausura del convento. Antes de traspasar la puerta, miró hacia atrás y las miradas de Bécquer y la novicia se cruzaron. El escritor reconoció en esos ojos a la dama del balcón que se escondía tras las cortinas.

Bécquer preguntó a una anciana que había seguido la ceremonia a su lado, quién era la novicia que había entrado al convento. Ésta le explicó que se trataba de una muchacha que se había quedado huérfana de forma prematura. El deán de la catedral la acogió y la dio una dote para poder ingresar en el convento.

Gustavo Adolfo Bécquer no pudo escribir esta vez “la tercera fecha”, aunque sí la llevó en su corazón. Desde entonces, cada vez que volvió a Toledo, al pasar por el convento, escuchaba en su interior la música ceremonial de aquel día, y soñaba con que aquella bella mujer le estuviese observando desde los ventanales del convento.






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