Transcurría un frio y duro invierno toledano de finales del siglo XV, cuando llegó a Toledo un joven estudiante sin muchos recursos económicos. Una mañana se acercó a una de los muchos talleres de zapatos que había en aquella época en la calle zapaterías (hoy calle Martín Gamero), muy cerca de la Puerta del Reloj de la catedral.
Al entrar en la entienda le
preguntó al zapatero si consideraba que sus botas eran adecuadas para el frio
de la ciudad. El zapatero le contestó que estaban muy gastadas y en mal estado,
por lo que era conveniente adquirir unas nuevas. El estudiante le encargó unas
a medida. Estos talleres estaban formados por artesanos del calzado, a los que
solían acudir la clase alta de la sociedad toledana de la época.
Pasados varios días fue a
recoger las botas. Tras probárselas y comprobar que le venían como anillo al
dedo, le dijo al zapatero que se quedaba con las botas, pero que no le podía
pagar en ese momento por no tener dinero, pero que se las pagaría cuando fuese
arzobispo.
El zapatero, extrañado por la
respuesta, y en vista de que no sacaría nada de aquella venta, recurrió a su
conocida humildad y sonriendo aceptó la respuesta de la firme respuesta del
estudiante.
Pasados varios años, mientras
el ya viejo zapatero estaba a punto de cerrar el taller, se presentó un
caballero que le pidió educadamente que le acompañara a ver al Cardenal
Silíceo, por aquel entonces arzobispo de Toledo.
El zapatero, perplejo y
desconcertado, cerró la tienda y aceptó el requerimiento del caballero. Una vez
en sus dependencias el cardenal le recordó quien era y la promesa que le hizo
hace muchos años cuando era estudiante y le regalo unas botas.
Se dieron la mano, sonrieron y
el cardenal le pago con onzas de oro más dinero del precio real de las botas. A
continuación, le pregunto si era suficiente dinero. El zapatero le contesto que
era más que suficiente, pero que le quería pedir un favor, dado que él era ya
bastante viejo y contaba con dos hijas muy jóvenes.
Le pidió al cardenal que
cuando él muriera, cuidase de sus dos hijas, pues no tenía a nadie que pudiese hacerse
cargo de ellas y de su educación. La respuesta fue afirmativa, prometiendo que
se encargaría de que no les faltase de nada.
La leyenda cuenta que a raíz de
esta circunstancia el Cardenal Silíceo fundó el Real Colegio de Doncellas
Nobles, siendo las hijas del zapatero una de las primeras alumnas que entraron
en este colegio a pesar de no descender de nobles.
Si quieres conocer el curioso
origen y planteamiento del Real Colegio de Doncellas Nobles a lo largo de su
historia, puedes verlo en mi blog pinchando en este enlace: https://descubretoledoconmanuel.blogspot.com/search?q=colegio+de+doncellas
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