Por Toledo han paseado a lo largo de los siglos diferentes
pueblos, culturas y religiones. Los romanos, musulmanes y judíos enterraban a
sus muertos a las afueras de la ciudad. Sin embargo, desde finales del siglo
VII los cristianos lo han hecho en iglesias, conventos y catedrales, bien
dentro de estos edificios o bien en los aledaños. Veamos algunas
singularidades.
CLASES SOCIALES: los primeros que decidieron ser sepultados
en los templos fueron los altos cargos del clero. Posteriormente fueron
plagiados por la realeza y la nobleza. Más tarde, en el siglo XVII, cuando los
comerciantes y artesanos ricos pasaron a tener gran notabilidad en las
ciudades, también empezaron a enterrarse en estas basílicas. Sin embargo, la
plebe se tuvo que conformar con ser enterrada junto a las iglesias.
Solo en épocas de epidemias y de grandes inundaciones dramáticas
el campo hacía de fosa común realizándose extramuros los entierros colectivos.
Hacia 1787 Carlos III comprendió que los enterramientos en
iglesias, conventos y cementerios urbanos eran insanos; de modo que mandó cavar
las tumbas en la periferia. Sin embargo, no se empezó a ejecutar esta orden hasta
la guerra de la independencia, con la influencia de Napoleón.
DIVINIDAD: la razón de elegir estos santuarios para pasar a
mejor vida se basaba en que preferían estar en un lugar sagrado a la espera de
la resurrección. Indicaba la voluntad de mantener una fuerte unión entre los
vivos y los muertos, éstos reposan rodeados de la comunidad a la que
pertenecían. La cercanía máxima a Dios daba a la última morada un halo de
Divinidad.
La sepultura, para la Iglesia católica y para la sociedad en
general, daba al extinto dignidad y categoría. El sepulcro se convierte así en
el deseo de eternidad y continuidad de la identidad personal.
LUCRO: la iglesia cobraba un dinero a la familia del finado
por enterrarse en sus templos, cuya cantidad variaba en función de la categoría
del templo, y del lugar donde se alojase el hoyo dentro del mismo. Situar la
sepultura bajo el altar era más caro que hacerlo en una capilla o en el
trascoro. Lógicamente, para los pobres era más barato enterrarse junto a las
iglesias o conventos.
FORMA DE ENTERRARSE: el cristianismo tenía sus normas a la
hora de enterrar al cadáver. Si se enterraba en cementerios comunes el muerto
debía descansar con la cabeza hacia el oeste, de forma que al incorporarse el
día de la resurrección mirase directamente hacia el este, lugar por donde sale
el sol.
Los que eran sepultados en iglesias al incorporarse lo
harían mirando hacia el altar que, según los cánones arquitectónicos cristianos,
está también orientado hacia el este.
EL CORTEJO: las personas más adineradas en sus testamentos
dejaban dicho el número de misas que debían decirle a su muerte. También
especificaban las personas que tenían que acompañar al cortejo fúnebre. Por
ejemplo, El Greco dejó dicho el número de misas, iglesias dónde se tenían que
celebrar, personas asistentes y forma de decir la misa.
Si el fallecido era de una cofradía, le tenían que acompañar
los cofrades, algunos monjes, niños
pobres y huérfanos, aparte de sus familiares. Para Dios estas personas eran encantadoras,
por lo que intermediarían por su alma.
LA MORTAJA: muchos ricos querían ser amortajados con el
hábito de una orden religiosa, ya que de esta forma conseguían el perdón de los
pecados. Por ejemplo, era muy común ir al otro mundo vestido con el hábito de
la orden franciscana, demostrando de este modo la humildad del propio San
Francisco. Esta costumbre reportó a esta orden muchos beneficios económicos,
pues no era gratis vestirse con su hábito.
FLORES: el origen de llevar flores a los muertos se remonta
también a épocas muy antiguas. La razón era que los fallecidos eran velados
durante varios días, con el objetivo de comprobar que no regresaban de la
muerte. Teniendo en cuenta que las técnicas de embalsamiento en aquella época
no estaban muy desarrolladas, ni estaban al alcance de todos, los cuerpos se
descomponían y desprendían un desagradable olor. Para enmascarar ese hedor, se
quemaba incienso y se cubría al fallecido con flores variadas de distintos
olores y colores, para aromatizar el ambiente, y hacer el velatorio más
agradable.
Con el tiempo, se afianzó la costumbre de llevar flores a
los muertos, no sólo durante el velatorio, sino también en días concretos, como
el 1 de noviembre, día de todos los santos.
CIPRESES: desde hace muchísimos años es habitual, sobre
todo en los países mediterráneos, plantar cipreses en los cementerios. Esto es
debido a que el ciprés es un árbol muy vistoso, que no varía ni su forma ni su
color, es alto, frondoso, longevo, de hoja perenne, soporta bien los cambios de
temperatura y no necesita ningún cuidado. Su raíz crece de forma vertical y
recta hacia abajo, con lo que no perjudica a las sepulturas.
Esta costumbre ya se llevaba a cabo en las civilizaciones
griega y romana. En esta época se le atribuía a este árbol un carácter
simbólico, pues consideraban que su forma ascendente encaminaba las almas de
los difuntos hacia el cielo.
En la mitología griega existe el mito de Ciprasio, que
traducido es Ciprés. Cuenta el mito que Ciprasio tenía un ciervo domesticado al
que quería muchísimo. Por error mató a su ciervo, lo que le causó un gran dolor
y pena. No soportándolo solicitó al Dios Apolo que le permitiera llorar al
ciervo eternamente. Apolo convirtió a Cipriaso en un árbol (ciprés).
Desde ese
momento este árbol quedó relacionado con el duelo tras la pérdida de un ser
querido.
ORIGEN DE LA PALABRA CEMENTERIO: proviene del término
griego koimhthrion, que significa lugar donde dormir, dormitorio.
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