El
acero de Toledo siempre ha estado apreciado como el mejor material de la
historia con el que se forjaron las espadas que han permitido conquistar grandes
territorios. Sus espadas resultaron muy superiores a las enemigas en muchas
batallas.
Esta
fama residía en la habilidad con que los artesanos manejaban el “Temple”. Esta destreza
ha sido guardada por los maestros espaderos de Toledo, siendo transferida de generación en generación hasta nuestros
días, pudiendo aseverar por ello que el Acero de Toledo es único en el mundo. La
tradición popular habla de que la espada toledana debía su calidad a ser
templada con el agua del río Tajo y la arena de sus orillas
Cuando
empezó el verdadero auge de la espada toledana fue en los siglos XV y XVI, con
la presencia de espaderos de gran calidad, situando la mayoría de sus talleres
en lo que es la actual Calle Armas (la que parte del Miradero a Zocodover). Posteriormente,
a principios del siglo XVIII se creó la Real Fábrica de Armas Blancas de Toledo
por orden de Carlos III en 1761, ubicada en la Calle Núñez de Arce (frente al
Miradero). Más tarde se trasladó a su ubicación en lo que ahora es la
Universidad de la Fábrica de Armas. Actualmente apenas quedan en Toledo 3
espaderos que fabriquen espadas.
En
Toledo se forjaron espadas como la de Hannibal, El Cid, El Gran Capitán, y por
supuesto la de la mayoría de reyes españoles como Sancho IV, el Bravo, cuya
espada podemos ver en la catedral de Toledo.
Durante
los siglos XVI y XVII era muy frecuente que todos los hombres llevasen una
espada ropera como una parte más de su vestimenta habitual. Los pintores de la
época, entre ellos el Greco, así lo reflejaban en muchos de sus cuadros.
No
sólo las llevaban la nobleza o los hidalgos de la época, sino era normal ver a
cualquier artesano (curtidor, herrero, etc.) salir de su casa con la espada en
ristre. La llevaban los hombres como símbolo de virilidad y gallardía, aunque
la realidad es que había hombres que sabían utilizarla y muchos otros que no.
Todas
las espadas llevaban la firma de la casa que las realizaba. Una de las marcas
más famosas de la época fue la del “perrillo” que llevaba un pequeño perrito
grabado en la hoja, aunque había números sellos. Muchas de estas marcas eran
falsificadas, como ocurre actualmente con los perfumes o la ropa.
La
espada toledana era relativamente ligera y muy estrecha, no pudiendo medir más
de 3 centímetros. Pesaba en torno a 2 ó 3 kg lo que hacía que se pudiese portar
con facilidad, y que se pudiese manejar relativamente bien. Tenía mucha
flexibilidad y se llevaba inclinada sobre el cinturón. Las empuñaduras podían
ser de lazo, cazoleta o concha. Había normas sobre sobre el tipo de espada que
se podían portar. Los alguaciles se encargaban de que se cumpliese esta
normativa, y si no se cumplía partían las espadas ilegales.
Aun
así, había muchos asesinos, duelistas, delincuentes y mercenarios habituales que
incumplían estas normas, con lo que solían ganar los enfrentamientos al
alcanzar con más facilidad el cuerpo del adversario.
Hay
que trasladarse a esa época en la que se moría y se mataba con relativa
facilidad. Así nos los muestran los literatos de la época, y la abundante
documentación existente sobre muertes como consecuencia de los duelos. Hasta
tal punto llegó a ser tan frecuente, que el propio Vaticano en el Concilio de
Trento promulgó la prohibición del duelo, bajo la amenaza de excomulgar de
Europa a los duelistas.
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