ROMA. Es probable que Roma se fundara entre los siglos X y VII a.C. La
población original la compusieron diferentes personas de ciudades vecinas,
principalmente un grupo denominado los latinos, en su mayoría desertores, acogidos,
prófugos y desarraigados.
El problema es que el asentamiento
estaba formado en su totalidad por hombres. Necesitaban mujeres para procrear y
constituirse como población. Para ello invitaron a una fiesta a los habitantes
de un pueblo cercano, los Sabinos. Estos acudieron a la fiesta y mientras
bebían y se divertían, los romanos raptaron a sus mujeres.
Los Sabinos declararon la guerra a los
latinos romanos, asediando la ciudad. Una mujer llamada Tarpeya, hija del
Gobernador de Roma, ansiosa de fortuna y poder, prometió al capitán de los
Sabinos conducirles por una vía secreta, hasta el emplazamiento donde estaba
situada la fortaleza romana.
A cambio de esta ayuda Tarpeya recibiría todo
lo que los soldados llevasen en sus brazos. Estos valientes guerreros nunca se
desprendían de sus brazaletes de oro. Otra versión más romántica habla de que
Tarpeya estaba enamorada del rey de los sabinos, por lo que le ayudó a entrar
en la ciudad.
Pero los sabinos no permitían la traición,
por lo que arrojaron a Tarpeya desde una roca situada en el Capitolio al vacío
del precipicio. Esta roca aún hoy en día lleva su nombre y ha sido lugar de
ejecución de sentencias a reos condenados a muerte.
Sabinos y latinos lucharon hasta que las
mujeres se interpusieron entre los contendientes, abrazaron a sus familiares y
les convencieron para que abandonaran la batalla. Ganasen unos u otros, sus maridos,
padre o hermanos iban a morir, por lo que acordaron finalizar la batalla y
firmar la paz.
Esta escena ha sido representada por varios artistas, entre
ellos Jacque-Louis David que pintó el precioso cuadro “El rapto de las sabinas”,
que se encuentra expuesto en el museo Louvre de Paris.
TOLEDO. En el siglo IV Toledo seguía
habitada por los romanos. Ante el auge del cristianismo, el gobernador Daciano
llegó a Toledo con la intención de acabar con todos los habitantes que
abrazaban la religión cristiana y renegaban de los dioses paganos romanos. La
cárcel donde eran encerrados estaba situada en lo que es actualmente el Museo
Victorio Macho, cerca de San Juan de los Reyes.
Junto a estas mazmorras se encontraba una
enorme roca, que sobresalía del escarpe rocoso que da al Tajo. Este pedrusco se
utilizaba para tirar desde ella al abismo del Tajo a los cristianos condenados
y no arrepentidos. Junto a estos calabozos se encontraba la actual roca
Tarpeya.
La hija del cuartelero, Octavila, estaba enamorada
de Cleonio, un romano convertido al cristianismo que estaba encarcelado. Cleonio
rezaba cada noche con una cruz entre sus manos, hasta que llegó el día de ser
ejecutado. Octavila suplicó el perdón a su padre, pero éste cumplió la sentencia arrojando al enamorado
desde la roca Tarpeya.
Octavila falleció al poco tiempo, debido a la
gran pena que sentía por lo ocurrido. El padre encontró entre las manos de
Octavila la cruz que le había entregado Cleonio, comprendiendo entonces el amor
verdadero que su hija sentía por el cristiano. Su remordimiento fue tan grande
que abandonó su oficio, convirtiéndose al cristianismo.
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