Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla, pero pasó largas
temporadas en casa de su hermano en Toledo, concretamente en la Calle San
Ildefonso, donde todavía se puede ver por encima de los muros de una de las
fachadas, el laurel que plantó el literato.
Era un gran poeta, novelista y entusiasta de la pintura, que
plasmaba mediante grabados en algunos de sus escritos. Perteneció al
romanticismo, y fue uno de los grandes escritores del siglo XIX. Entre las
obras que escribió se encuentra una de las más importantes: “Rimas y
leyendas”. Cinco de estas leyendas están
ambientadas en la ciudad de Toledo.
Muy resumida voy a relatar cómo se desarrolla la leyenda “El
Cristo de la Calavera”.
La historia nos lleva a la época de la Reconquista de la
Península Ibérica. El rey Alfonso VIII da una gran fiesta en el Alcázar de
Toledo un día antes de la partida de las tropas a la guerra. A esta fiesta
están invitados los caballeros y los nobles de la ciudad.
Entre los asistentes se encuentra una de las damas más
guapas de Toledo, Doña Inés de Tordesillas. Su belleza tenía enamorada a todos
los caballeros. Aquella noche dos de estos caballeros, D. Alonso de Carrillo y
D. Lope Sandoval , se pasaron la velada cortejando a Doña Inés a base de
halagos, piropos y galanterías.
Doña Inés aturdida por la excesiva atención, decidió
alejarse de ambos contendientes amorosos. Con las prisas se le cayó un guante,
y los dos caballeros fueron prestos a cogerlo. El rey, viendo la disputa que se
cernía, intervino cogiendo el guante y entregándoselo a la bella dama.
Los dos jóvenes acordaron batirse en duelo después de la
fiesta, y de esta forma decidir quién sería el que podría cortejar a Doña Inés.
Quedaron, como así era costumbre, en una zona oscura,
alejada y silenciosa de Toledo. En esta confluencia de dos calles había una
cruz, junto a una calavera y alumbrada por un pequeño farolillo de aceite.
Nada más verse, rezaron una oración, hicieron la señal de la
cruz, desenvainaron sus espadas y se lanzaron al combate. Pero al chocar las
armas el farolillo se apagó, lo que hizo que los dos caballeros se separan
mirándose sorprendidos.
Enseguida iniciaron la contienda, pero volvió a ocurrir lo
mismo. Alonso y Lope volvieron a separarse e hicieron algún comentario sobre lo
extraño de la situación.
Aun así continuaron con el lance, y tras volver a apagarse
el pequeño farolillo, guardaron las espadas, se abrazaron y decidieron que el
Cristo que les vigilaba no deseaba que lucharan.
Decidieron ir al balcón donde dormía Doña Inés, para
declararle su amor, y que ella eligiese al afortunado caballero que podría
pretenderla. Al llegar al balcón se quedaron sorprendidos al observar como del ventanal
del dormitorio de la dama bajaba un hombre apresuradamente, mientras se
despedía de Doña Inés de forma más que amorosa. Los dos galanes se marcharon
del lugar dando grandes carcajadas.
Doña Inés se quedó preocupada por poder ver mancillado su
honor, pero se tranquilizó cuando por la mañana pudo observar como los tres caballeros
se encontraban entre las tropas que partían a la guerra.
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