Un cobertizo es la unión entre dos casas que están en frente
una de otra. Esta unión se realizaba por la parte más alta de la casa,
permitiendo la comunicación entre una y otra vivienda. En la parte de la calle
quedaba un pequeño túnel.
¿Por qué aparecieron estas construcciones tan curiosas? se edificaron
tanto en época musulmana como cristiana, aunque proliferaron en la Edad Media.
Podemos hablar de hasta 3 causas por las cuales afloraron estos pasos aéreos:
Motivos de convivencia: permitía la
comunicación entre vecinos sin necesidad de bajar a la calle. La mayoría de los
cobertizos se encontraban, y se encuentran actualmente, en la zona donde más
conventos hay en la ciudad. Esto permitía que el clero pudiese transitar por
las dos partes del convento, sin tener que bajar a la calle constantemente, y
así evitar los peligros que había en aquella época.
Motivos económicos: en la Edad
Media se pagaba el impuesto por la vivienda en función de los metros cuadrados
que ocupaban de suelo. Por lo tanto, la parte de la vivienda que ocupaban los
cobertizos no pagaba impuestos, al no ocupar la superficie de la calle.
Motivos de habitabilidad: con la
conquista de la ciudad de Toledo por parte de Alfonso VI de forma pacífica,
empezaron a convivir las 3 culturas en la ciudad, con lo que se hacía
complicado habilitar espacio dentro de las murallas para tantos habitantes.
Estas viviendas en el aire permitían aumentar la habitabilidad de las viviendas
a medida que las necesidades familiares lo requerían.
La afluencia de tantos cobertizos ocasionó algunos problemas
a la ciudad: Toledo empezó a ser una localidad oscura, estas zonas tan
estrechas se convirtieron en insanas y perniciosas, donde se acumulaba la
suciedad. Eran lugares muy propicios para el robo y el hurto.
La solución que se dio para que no siguieran proliferando,
fue dada por la reina Juna I de Castilla, conocida como Juana la Loca. En el
año 1509 dictaminó que a partir de esa fecha no se podían construir más
cobertizos. Obligó a que los existentes tuviesen una altura determinada, que no
podía ser superior a la de un hidalgo subido en su caballo, con su lanza en
vertical sobre el estribo del rocín. Si la altura era inferior tenían un plazo
para derribarlo.
El ingenio español afloró, y algunos propietarios redujeron
el nivel de la calle para alcanzar la altura establecida, como ocurrió en el cobertizo
de Santa Clara.
Otra norma que se impuso fue la de tener que estar alumbrado
durante todo el día, siendo los propietarios los encargados de abonar los
gastos de esta iluminación.
Los más conocidos actualmente son el de Santa Clara, el de Santo
Domingo el Real y el del Colegio de Doncellas. También es muy famoso el de San
Pedro Mártir, situado en lo que actualmente es parte de la Universidad de Castilla-La
Mancha. Situados en calles muy estrechas y rodeados de conventos, son lugares
muy tranquilos y acogedores.
De ellos se cuentan historias trágicas como la del cobertizo
del Arquillo del Judío. Unía el barrio más grande de los judíos (los arrabales)
con la judería mayor (junto a San Juan de los Reyes). En 1391 los cristianos
asaltaron y saquearon la judería después de forzar las puertas que se cerraban
de noche.
También historias heroicas. Se cuenta que el rey Alfonso VIII
obligaba a pasar a sus ejércitos debajo de estas edificaciones antes de salir
hacia el combate como respeto a sus habitantes.
Y por supuesto historias románticas y leyendas, que fueron
contadas por escritores y artistas que paseaban por estos estrechos laberintos
para inspirarse como Lope de Vega, Quevedo, Góngora o Garcilaso.
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