sábado, 21 de septiembre de 2019

LA LEYENDA DE “EL BESO”.


CONTEXTO HISTÓRICO. Esta leyenda fue escrita por Gustavo Adolfo Bécquer. La ubica entre los años 1808 y 1812, época en la que Napoleón con su ejército invade España y, por supuesto, Toledo. Sus regimientos se alojan primero en El Alcázar y San Juan de los Reyes y, más tarde, se instalan en conventos, templos e iglesias, desmantelándonos para aposentarse en sus dependencias.


Si te gusta mi blog, te informo que acabo de publicar este libro. Es una novela policíaca cuya trama se desarrolla en la ciudad de Toledo. Tiene pinceladas de historia de los escenarios donde se desarrolla la trama. Está ambientado en la actualidad, pero los asesinatos rememoran antiguas leyendas traídas al presente. Si quieres leerlo, lo puedes comprar en Amazon, a través del siguiente enlace: https://amzn.eu/d/0dKTl8ie

LEYENDA. Una de las milicias francesas llegó a Zocodover y pasaron su primera noche en la iglesia de San Pedro Mártir, actualmente Universidad de Administración de Empresas y Derecho.  Dejaron los caballos dentro del propio edificio, y se acomodaron en la desangelada iglesia.

A pesar de la poca luz que el candil emitía, pudieron observar lo poco que  quedaba de lo que pudo ser aquel templo: estatuas de mármol blanco, que se asemejaban a fantasmas en la penumbra, algunas tendidas y otras de rodillas, ocupando lo que era su mausoleo. Cansados del camino enseguida se hizo el silencio en el templo, mientras todos dormían placenteramente.

A la mañana siguiente el joven capitán de la tropa quedó con compañeros de promoción. Este soldado les contó que había pasado una noche un tanto extraña, pues al despertarle las campanas de la catedral, pudo ver tras el resplandor de la luna que se colaba por las ventana, como a su lado había arrodillada una preciosa mujer, que permaneció inmóvil toda la noche, sin hablar y con la mirada pérdida, pero de la que no pudo separar su vista, admirado por su hermosura, su belleza y la dulzura de sus facciones. Tras varias risas y burlas, todos concluyeron que se trataba de una estatua de mármol finamente tallada por algún virtuoso escultor, que parecía cobrar vida.

El capitán siguiendo con lo acontecido aquella noche, les contó que junto a la dama estaba la estatua, también en mármol, de un guerrero que parecía estar tan vivo como ella y que sin duda debía ser su esposo.

Siguieron con las carcajadas y chanzas. Al final quedaron en ir a pasar la noche a la iglesia donde pernoctaba tan “bella dama”, para celebrar el reencuentro de los camaradas. Al oscurecer el día, iniciaron en el centro de la iglesia una tertulia, encendieron fuego para iluminar la estancia y calentarse. Para ello quemaron puertas, marcos, cuadros y sillas del coro de la iglesia, bebieron vino y se dispusieron a pasar una agradable velada nocturna.

Cuando la alegría del alcohol corriendo por las venas llegaba al cerebro, el capitán se dirigió hacia el sepulcro de la dama que tanto le admiró la noche anterior, y abrió sus brazos acercando sus labios con la intención de rozar los labios pétreos y fríos de la mujer. Muchos de los presentes no veían bien ironizar con los muertos pero el soldado, haciendo caso omiso, hizo que sus bocas se tocasen. En ese momento un aterrador grito inundó la estancia. El capitán había caída como un bulto a los pies del sepulcro echando sangre por la nariz y la boca

Los oficiales, sorprendidos ante lo que vieron, quedaron inmovilizados sin poder dar un paso para socorrerle. En el momento en que su camarada intentó acercar sus labios ardientes a los de la escultura de la joven, habían visto como el inmóvil guerrero que tenía a su lado levantaba  la mano y derribaba al ebrio capitán de una tremenda bofetada con su guante de piedra.

Sorprendidos y asustados se acercaron a comprobar de que personajes se trataba. Las inscripciones que había en el mausoleo hacían referencia a doña Elvira de Castañeda y a su marido don Pedro López de Ayala, caballero que luchó con el Gran Capitán en Italia.


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