La costumbre
de resolver todas las ofensas a través de un duelo no comenzó hasta después de la Edad Media. Siempre tenía un
carácter personal y las ofensas podían ser de varios tipos: por dinero, por
celos, por indiscreciones, pero por encima de todo por honor. Un desplante, una
descortesía o una mirada que se sospechara turbia, bastaba para batirse en
duelo. Los primeros combates se disputaban con arma blanca y después, sobresalieron
los de fuego.
Legalmente
tanto reyes como generales los tenían prohibidos, pues se perdían muchos
hombres para la guerra, pero nadie respetaba esta prohibición; ni la mala
prensa, ni la burla o el ridículo, ni siquiera la pérdida del cargo público o
el exilio consiguieron desterrar su práctica. Fue a partir del siglo XVIII, cuando
el duelo gozó de bastante tolerancia.
El código
del honor obligaba a los desafiadores a observar unas reglas fijas
establecidas: ambos adversarios habían de poseer el mismo nivel social, tenían
que llevar dos padrinos o testigos, decidir la fecha y el lugar, el tipo de
arma y el trecho que mediaría entre los contendientes.
Se
establecieron también tres tipo de duelo: a muerte, a primera sangre (sin ánimo
de matar) y los satisfactorios, en los que se estaba dispuesto a evitar el
enfrentamiento si el agraviador prestaba la debida complacencia.
Para los
españoles llevar un arma era fundamental y les daba reputación. No hay que
olvidar que en el siglo XV, gracias a su manejo conquistaron grandes ciudades,
y se consiguió un gran imperio. Enseguida, del ejército pasó a la vida diaria.
La espada se
convirtió en un accesorio más del atuendo habitual, como ahora puede ser llevar
móvil. De esta forma, era frecuente ver por Zocodover al Greco con su espada en
ristre. Otros grandes hombres de letras como Lope de Vega, Miguel de Cervantes
o Quevedo también fueron grandes espadachines.
Dependiendo
del tipo de espada que se llevaba, te indicaba la clase social a la que
pertenecías, siendo la empuñadura lo que detallaba dicha posición social. Lógicamente,
las más lujosas indicaban la posición más alta. Asimismo, no todos sabían
utilizarla, por lo que solían haber varias escuelas de esgrima. Como es lógico,
el número de muertes que se producía era elevado.
Aunque había
una normativa específica sobre las espadas, en cuanto a la longitud adecuada
(entre 105 y 120 cm) y al ancho del filo, las había ilegales, más largas y
anchas que las reglamentarias, incluso algunas tenían muelles dentro de las
vainas, para poder desenfundarlas con mayor rapidez.
En Toledo se
fabricaban las mejores espadas de Europa, principalmente debido al buen acero
procedente del País Vasco, siendo su calidad superior a las espadas francesas,
inglesas e italianas. La famosa calle Armas de Toledo, la que parte del
Miradero hasta el Alcázar, pasando por Zocodover, contaba con muchos talleres
de armas pertenecientes al gremio de espaderos, de ahí su nombre.
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