Históricamente el abastecimiento de agua a los habitantes de
Toledo ha sido siempre un problema muy difícil de solucionar. Veamos cómo lo remediaron
los romanos. Para comprender la importancia que este pueblo daba a todo lo
relacionado con el agua, evoco una cita del escritor romano Vitrubio: “El agua
es imprescindible para la vida, para satisfacer las necesidades placenteras y
para el uso de cada día”.
Las legiones romanas conquistan
Toledo en el año 192 antes de Cristo. Se encuentran con una ciudad fortificada,
pero sin ningún tipo de obra hidráulica. Este pueblo en unos años consiguió
recoger el agua, purificarla lo más posible, distribuirla, canalizarla,
repartirla y subirla a las edificaciones y fuentes. Después, consiguieron
eliminarla adecuadamente, cuando ya la habían usado.
Varios fueron los problemas que encontraron para conseguir
agua potable:
-Llovía muy poco por lo que los pozos y aljibes no se
llenaban lo suficiente para proveer a todos los habitantes.
-Apenas existen aguas subterráneas debido a que el terreno es
muy impermeable y el agua no se filtra.
-Las que existían eran muy salobres, de hecho todavía hay
calles cuyo nombre nos recuerdan esta circunstancia (Pozo Amargo, Fuente
Salobre, etc.).
-Hay un desnivel de más de 100 metros entre el río Tajo y el cerro
donde se sitúa la ciudad amurallada.
-El agua del Tajo contiene muchos sulfatos, siendo de una funesta
calidad para su empleo.
Para paliar este problema, lo primero que hicieron fue
localizar una fuente natural de agua lo más sana posible, y con un gran caudal.
La encontraron a varios kilómetros hacia los Montes de Toledo, concretamente en
el pueblo de Mazarambroz (a 30 Km. de Toledo). Allí construyeron la presa de
Alcantarilla, de 450 metros de longitud y 4,5 metros de espesor. Recogía las
aguas del río Guajaraz y tras recorrer más de 35 Km., salvando cotas de hasta
710 metros y pasando por 5 localidades, llegaba a la ciudad. Su entrada a
Toledo era por lo que ahora es la Academia de Infantería. Cruzaba el Tajo
gracias a la construcción de un gran acueducto. Este acueducto subsistió hasta
el siglo IX.
Los canales de conducción hasta la ciudad los hicieron salvando,
mediante diferentes métodos de ingeniería, todos los desniveles que se
encontraron en el largo camino. Este tipo de canalización resguardaba el agua
de la luz, el calor y de posibles contaminantes externos, llegando las aguas inmunes
a su lugar de destino.
Una vez en la ciudad, el acueducto llegaba a depósitos
urbanos, el principal localizado hace
poco tiempo y denominado “Las Cuevas de Hércules”. Estos depósitos eran utilizados
para regular los consumos y como filtros de arena. Desde estos salían unas tuberías
construidas en barro cocido o plomo hacia pequeños depósitos, situados
estratégicamente por la ciudad, desde donde se establecían las diferentes
acometidas con su respectiva tasa de agua, hacia las distintas fuentes y puntos
de consumo.
Buena parte de todas estas estructuras hidráulicas se han
descubierto en Toledo bajo casas particulares. Se pueden visitar de forma
gratuita. Podemos agruparlos en 4 grupos: depósitos o aljibes, conducciones de
agua, complejos termales y cloacas. Con estas últimas resolvieron perfectamente
la eliminación de aguas sucias mediante una red de saneamiento, que se
completaba con la instalación de aliviaderos por todas las calles de la ciudad
destinados a recoger todas las aguas de lluvia.
Cuando se destruyó el acueducto, el problema del
abastecimiento de agua en Toledo nunca se solucionó, salvó los pocos años que
funcionó el famoso artificio de Juanelo Turriano durante el siglo XVI. Hasta el
año 1948 no se resolvió definitivamente, imitando (y así persiste actualmente),
el antiguo modelo romano, con las variantes tecnológicas producto del
desarrollo, a través de los pantanos del Torcón y del Guajaraz. Aun así en 1982 aún se contaba con un pozo o aljibe por
cada tres viviendas aproximadamente.
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