Hace millones de años, cuando nacieron
los ríos, uno de ellos avanzó con su enorme caudal sobre valles y llanuras. Al
llegar a una enorme montaña tuvo que atravesarla mediante un gran “TAJO”. Se
abrió camino entre sus entrañas y abrazó a esa gran peña sobre la que con el
tiempo se erigió Toletum.
Durante miles de año los habitantes de la
ciudad aprovecharon el río para su bienestar, alimentación y usos domésticos.
Pero a partir del siglo XII, la fuerza del río a su paso por Toledo se
aprovechó para la creación en sus orillas de hasta 100 enclaves industriales distintos:
clepsidras, molinos, azudes, batanes, norias, aserradero, centrales
hidroeléctricas, etc. Nos centraremos en los molinos de harina, de los cuales
ya sólo quedan sus ruinas esparcidas a lo largo de la orilla del río.
Se trataba de molinos harineros de agua,
también denominados aceñas. Se utilizaban para moler el grano y obtener harina.
Para aumentar su eficacia se construyeron a lo largo del río varias presas, llamadas
azudes. El nombre de azud procede del árabe y significa barrera pequeña. Se construyeron
para elevar el nivel del caudal del río, con el objetivo de derivar parte de
ese caudal hacia los molinos. Lo podéis ver en una de las fotos.
Por lo general, los molinos eran
propiedad de los reyes, la nobleza o el clero. Durante el siglo XVII se
convirtieron en un negocio muy rentable.
Aunque se construyeron muchísimos, los de mayor importancia y rentabilidad
fueron los siguientes:
-Los molinos de Deicán o de La Reina. Son
de los primeros que se tiene constancia. Fueron construidos sobre el año 1142.
Se ubicaron en la desembocadura del arroyo de la Cabeza, debajo de la ermita que
lleva ese nombre. Más tarde Alfonso VIII los entregó a la Orden de Calatrava pasándose
a llamar molinos de la Reina, estando en funcionamiento durante más de 500
años. Hoy sólo quedan ruinas.
-Los molinos de San Servando. Situados
debajo del Castillo que lleva su nombre.
-Los molinos de Saelices. Muy antiguos
también y situados bajo la Ermita del Valle.
-Los molinos de Santa Ana, situados junto
al Puente de San Martín.
Con el tiempo estos molinos son vendidos
o arrendados a particulares de un estrato social más bajo, que siguen moliendo
y siendo rentables. En el siglo XIX muchos de ellos se reconvierten en
centrales hidroeléctricas, aprovechando también la fuerza hidráulica del río, y
utilizando en algunas ocasiones estos antiguos molinos para sus instalaciones. Hasta
entonces 600 farolillos de aceite iluminaban la ciudad y 12 alguaciles se
encargaban de que no se apagaran.
Los molinos harineros que no se utilizaron
como centrales hidroeléctricas fueron abandonados hace muchos siglos y el paso
del tiempo, junto con las crecidas del río han hecho que su estado sea ruinoso
o simplemente han desaparecido. En cuanto a las centrales hidroeléctricas, algunas
de ellas se encuentran en pie, conservando su maquinaria y los edificios donde
estaban instaladas, aunque en un estado de total abandono y deterioro.
En el siglo XX la contaminación
procedente de las industrias de Madrid acabó con el aprovechamiento del Tajo
por parte de los toledanos, hecho que se consumó en el año 1972 cuando se
prohibió el baño en el río.
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