Situada a extramuros de la ciudad, cerca del río Tajo, se encuentra la antigua Basílica de Santa Leocadia, llamada desde hace años Ermita del Cristo de la Vega. En ella hay un Cristo con un brazo descolgado del madero apuntando al suelo. Se sospecha que formaría parte de un conjunto escultórico representando el descendimiento de Jesús de la Cruz.
Esta singular escultura
suscitó la imaginación del pueblo, surgiendo varias leyendas sobre la peculiar
posición del brazo derecho. La más conocida es la que escribió el dramaturgo
José Zorrilla, en su volumen poesías, que puso por título: “A buen juez, mejor
testigo”.
La leyenda cuenta que hacia
finales del siglo XVI había en Toledo dos amantes llamados Diego e Inés. Llevaban
su relación en secreto, manteniendo relaciones prematrimoniales. Tras varios
años cuidando esta situación, decidieron contraer matrimonio.
Pero antes de hacer público su
amor, Diego tuvo que partir como soldado a Flandes, donde se llevaba a cabo la
que más tarde se llamó guerra de los 80 años. Para formalizar su secreta
promesa, acudieron a la ermita del Cristo de la Vega y de rodillas tocando los
pies del crucificado prometieron casarse cuando Diego volviese de Flandes.
Pasaron días, meses y años sin
que Inés tuviese noticias de Diego. Ella rezaba cada día ante el Cristo, rogándole
que su prometido volviese sano para contraer matrimonio. Al cabo de los 3 años
Diego volvió junto con otros soldados. Durante la guerra había ascendido a Capitán,
y al llegar a Toledo le nombraron soldado del rey.
Diego, orgulloso y altanero tras
su nueva posición social, ni siquiera se dignó a hablar con Inés, renegando de
su juramento. Inés, desolada y tras intentar sin éxito que Diego cumpliese su
promesa y recobrase su amor pasado, acudió al Gobernador de la ciudad pidiendo
justicia.
Se celebró un juicio para
resolver la situación, pero ante la falta de testigos, no se pudo aclarar la
situación. Cuando estaba a punto de darse por finalizado el juicio, Inés
declaró que tenía como testigo al Cristo de la Ermita de la Vega. Aunque la
situación era rara, viendo a Inés convencida y angustiada, decidieron acudir
Jueces, notario, escribano, el Gobernador y gran parte de la población
toledana, a presenciar tan curiosa situación.
Ya
en la ermita, delante de la imagen, el notario preguntó al Cristo crucificado
si juraba que era cierto que Don Diego había prometido a sus pies contraer
matrimonio con Doña Inés. Pasados unos segundos de largo silencio, se desclavo la
mano derecha de la cruz, se extendió el brazo derecho hacia la pareja y se oyó
alto y claro saliendo de la boca del Cristo: “Sí, Juro”. Ante tan asombroso
milagro, Inés y Diego decidieron dejarlo todo e ingresar cada uno en un
convento.
Otra
leyenda sobre este Cristo cuenta que desclavó su mano derecha y señaló a un
hombre testificando a su favor, sobre el dinero que había prestado a un judío
en presencia de la imagen, y que éste negaba haber prestado (siempre
demonizando a los judíos).
Otra
leyenda nos cuenta que, tras un duelo a muerte, el ganador perdonó la vida al
vencido y entró en la ermita para dar gracias a Dios por salvar la vida. El
Cristo desclavó su mano y le señaló como signo de respeto y aprobación por el
buen comportamiento ante tan noble gesto cristiano.
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